
El peor de los egos es el que se alimenta silencioso.
El que nace y crece alimentándose de agasajos,
palabras y pequeñas cosas cotidianas.
El ego que crece por saberse humilde y simple.
Tan humilde, tan simple. Si, taaan humilde, gracias gracias.
Tan zen, taaaan simple, gracias gracias.
Tan humano, tan simple, taaaaan. Si gracias gracias.
Y de tanto gracias gracias y tanto tanto,
la humildad metamorfosea en grandilocuencia silenciosa.
La simpleza en la comodidad de la auto-satisfacción.
Esa simpleza que te hace sentir un ser que nada necesita
pero que despacito se va alimentando de otras cosas
y te hace sentir merecedor de lo que se desea o de lo que sea,
demandando tácitamente.
El ego de la humildad que te hace sentir despierto,
incluso más que el resto,
cuando en realidad estas taaaan dormido que no podés
ser consciente ni de lo que estás soñando.
Me empacho de eso tantas veces
y me duermo tan profundamente que me encuentro
a un paso de arrasar con lo que hay alrededor.
Cuando la humildad deja de ser humilde
y la simpleza simple y logro darme cuenta,
me retiro antes de dañar,
porque nadie se merece una porción gratuita de mi hostilidad.
Trato de encontrarme con eso que soy
dejando al menos por un rato la auto-fabulación y el propio y ciego regodeo.
Y me vacío de agasajos, palabras y demás,
sabiendo aún así que lo hago para llenarme de nuevo
y que con el transcurrir del tiempo voy embadurnar la humildad de lentejuelas,
dormires y fabulaciones...
Cuando me olvido de ver afuera y me doy cuenta
que tampoco estoy mirando adentro
es porque estoy viendo la proyección que se me antoja.
Zamirus.
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